Vampires In Love

Blog de Realidad v/s Ficción, original y personal.

"Lobo por la Mañana"

Mi vida solía ser de lo más aburrida, en realidad no; Alguna vez fue una locura. Cuando jugaba haciendo castillos de arena y saltando olas en el mar, todo era distinto y ni hablar de cuando dejé la isla.
Realmente no estoy seguro de donde nací, pero me crié en una isla relativamente al sur. Donde los mitos y las leyendas eran mucho más importantes que cualquier religión. Y no digo que fuera un lugar de ateos o paganos, había una iglesia, muy grande y bella, pero mis padres nunca me llevaron a ella.
Ellos sí que eran escépticos. Suena irónico que murieran bajo causas sobrenaturales, y sin adelantar mucho, eso fue cuando la emoción volvió a mi vida. Se podría decir que soy de una generación perdida. No habían más chicos de mi edad donde yo vivía, estaban los recién nacidos y un grupo de adolescentes al cual yo moría (o bien mataría) por integrarme. Pero lamentablemente crecí solo, jugaba a patear pelotas contra las murallas hasta que rompía alguna ventana. Corría por los bosques gritando y descargando toda mi ira contra las represiones en mi hogar y deseaba que de la nada se materializara una chica de mi edad para pedirle que fuera mi novia. Me hice un ejército de amigos imaginarios que nunca pudieron entrar a mi casa por las tardes a tomar un vaso de leche con chocolate. Y comencé a escabullirme por las noches al bosque a observar al grupo de chicos mayores hacer sus fiestas clandestinas; nunca logré integrarme, nunca tuve valor para dejar de ser espectador entre los árboles, pero siempre tuve la sensación que sabían que yo estaba mirando (y harto fue lo que vi). Para el día en que mi adolescencia era latente, los otros chicos ya habían desaparecido uno a uno de la isla. Cumplían la mayoría de edad y se iban al continente, a las grandes ciudades, a vivir vidas de las cuales mis amigos imaginarios nunca podrían contarme. Mi llama de inocencia se apagó y todo lo mágico e infantil me abandonó. La soledad se apoderó de mí y no supe como sobrellevarlo. Mis padres por supuesto no me comprendían, yo era un chico rarísimo y todo el mundo lo comentaba. Yo era su vergüenza hecha carne. Y ni yo mismo me soportaba, intenté mezclarme con los adultos, actuando como ellos, observándolos detenidamente tardes enteras e imitándolos por las noches frente a un espejo. Pero nunca llegué a sentirme cómodo emulando gestos y posturas que encontraba absurdas. Sentía poco a poco como mi mente se expandía de tal manera que me hacía creer que yo no nací para morir en esa isla y cuando caí en cuenta que yo estaba en este mundo para ser algo mucho más grande, fue cuando lo oí por primera vez. El aullido de la emoción, el llamado de la pasada generación. La luz del mito brilló en mis ojos cuando asome el rostro por la ventana hacia la luna llena. Habían venido por mí. Yo estaba por cumplir mi mayoría de edad y aunque mis padres siempre me dijeron que no escuchara los cuentos que la abuela contaba los domingos por la noche en la plaza de la campana, yo sabía bien y creía realmente que cuando se hacía hombre en nuestra isla, también se convertía en animal. Mi momento de volar había llegado, saldría por la ventana a oscuras como cualquier otra noche y me iría al bosque para encontrarme con mi destino, con la generación a la que siempre quise pertenecer. La adrenalina volvió a latir bajo mi piel cuando me topé con la manada. Eran los mismos chicos de siempre, con la apariencia de siempre y una juventud irracional en sus rostros. Me esperaban ansiosos y sonrientes, esa noche ocurrió mi iniciación, esa noche me transformé y esa noche maté a mis padres, pues la manada se convirtió en mi nueva y única familia. Y así regreso la emoción a mi vida…
…Está bien, haré una pausa. Seguro ustedes estarán pensando: “¿Mataste a tus padres y tu vida ahora brilla y tus problemas se han ido?”. Bueno, bueno. No tomen tan literal todo lo que digo, solo me libré de ellos y dejé la isla.
Ser parte de la manada fue lo mejor que me ha pasado, aunque nos juntábamos solo una vez al mes por unos 3 días. Salíamos de la ciudad para irnos de juerga y era un descontrol brutal. El resto del mes cada uno vivía su vida, la mía claro, carecía de emoción. Trabajaba para unos chinos que nunca hablaron nada de español, pero creo que eso al final ayudaba a mi relación con ellos, nuestra comunicación no-verbal me mantenía en mis cabales, toda mi vida viví como un lobo solitario, no iba a dejar de serlo. Y bueno, ahí está el dilema. Los chicos me transmitieron todos sus conocimientos y me cantaron todas las reglas de nuestra hermandad. Y aunque yo siempre quise vivir el momento en que me aceptaran, me di cuenta que mi naturaleza siempre sería distinta. Yo era un ser solitario, y lo sigo siendo. Violé nuestro código, una mañana fría en que la luna menguante apenas se apreciaba en el cielo. Me transformé a pleno sol, en plena ciudad y cometí la más grande ofensa a nuestra raza: no lo hice en una llena. Mi expulsión de la manda fue inmediata y más bien pasiva. Nunca oí el llamado otra vez, nunca volví a toparme con ninguno de mis hermanos y perdí mi trabajo, porque bueno…. ...Maté a los chinos.
Sí, eso sí es cierto. Me adueñé del local, y la gente del barrio me conocía como su dueño legítimo (claro, después de explicar cómo mis antiguos jefes se devolvieron a su país a cuidar una sobrina huérfana desamparada y me legaron sus bienes).
Ustedes creerán que es algo cruel y que sentía que todo salía a la perfección y mi vida era fantástica y macabramente realizada. Pero no, volvió a ser de lo más aburrida y los fantasmas de mis amigos, padres, hermanos y “chinos” me acechaban día y noche. Eso y aquel tipo que se sentaba todos los días en el café al frente del local a leer el diario y observar a la gente que pasaba. El tipejo más raro que he visto en mi vida, más raro que yo, incluso. Estaba ahí sentado todo el santo día, todos los días, excepto los de luna llena. Cada Lunes, absurdamente me echaba más de una ojeada por sobre las páginas de su diario y me sonreía a modo de saludo.
Un día, inevitablemente se acercó a hablarme, se presentó como Rafael. Dijo que sería el ángel de mi salvación, y el demonio de la destrucción de esta ciudad. Dijo que era producto de mi imaginación, pero tan real y de carne como yo. Me ofreció una alianza, me ofreció ser todo lo que yo no era, me ofreció un pacto y una vida nueva. Todo a cambio de un precio considerablemente tentador: Mi transformación.
Quería mi cuerpo prestado cada mañana del mes, excepto los días de luna llena. Yo podría usar el suyo a cambio, cada una de esas mañanas. Vivir como un magnate, rico y señor de prostitutas en autos convertibles.
La emoción volvió a correr por mis venas, mi vida volvía dar un giro y la tentación me atrapó tanto o más fuerte que la soledad de mi, ya olvidado, pasado.
Rafael lo era todo, tenía un instinto asesino incomparable y un carisma diabólicamente irresistible. Me era imposible llenar sus zapatos, no podía actuar con naturalidad en su cuerpo y su vida me era completamente ajena. Él por el contario, se apoderó de la ciudad en poco menos de dos semanas. Masacró a quien se topara en su camino. La gente dejó de existir por las mañanas, el sol se escondió para siempre y la nieve cubrió toda la ciudad desde el día de hoy a la eternidad.
Entonces mis hermanos volvieron, lamentablemente para darme caza. Rafael insistió que por mi seguridad me quedará en su cuerpo, adoptara de una buena vez su personalidad y viviera mi nueva vida hasta el final del interminable invierno que azotaba la ciudad.
Accedí sumisamente, solo hasta el segundo en que caí en cuenta por qué él nunca se transformaba en luna llena. La manada se transformaba cada luna llena, bajo sus leyes me buscaban para cazarme y restaurar el balance y la ética de sus retorcidas orgías en los bosques. Por lo tanto, recurrir a ellos era inútil. Mi única salida, es adueñarme de este cuerpo, ir por Rafael y acabar con su abuso y su poder sobre mí, poder que yo le cedi, estúpida y voluntariamente. Tomar control de mi mente, mi cuerpo y mi vida. Básicamente hacer real y tangible el pelotudo dentro de mi cabeza que vivo reprimiendo para sentirme normal, pero que me hace sentirme cada vez más ajeno y aislado. Usar a mis fantasmas, en mi beneficio. Ellos saben dónde está Rafael, escondido de mis hermanos, guardando mi cuerpo hasta que termine la fase de la luna. Yo sé, donde está Rafael, yo sé dónde están mis huesos y mi sangre. Y sé lo que tengo que hacer…
Enfrentar a Rafael no fue sencillo, sobretodo porque era esencial acoplarme a su cuerpo para manejarlo a mi voluntad y no la de él. Lo encaré en el sótano del local de los chinos: “¿Qué haces aquí? ¿No querrás tu cuerpo de vuelta tan pronto?”- Dijo Rafael. Le respondí que podía llevárselo al infierno, ahora tengo su cuerpo y voy a utilizar su vida a mi antojo. Sabía que si se transformaba en luna llena la manada lo encontraría de inmediato, por lo tanto estaba indefenso, frente a una versión sádica de mí mismo, sediento de sangre.
El miedo se dibujó en su rostro por primera vez, mientras el triunfo y la seguridad que yo había perdido tiempo atrás volvían a mis ojos. Mi ejército estaba de regreso, cubriendo mis espaldas. Armado de un coraje olvidado y de unas garras que solo el cuerpo de Rafael podría tener, le despedacé la cara, aquel rostro sin vergüenza que alguna vez fue mío, quedó brutalmente desfigurado. En el suelo lo desmembré lenta y tortuosamente, observando y degustando la aniquilación de todo lo que alguna vez fui. Mordí sus extremidades hasta el punto de roer sus huesos y solo entonces vi mi reflejo a la luz de la luna llena. Era un lobo otra vez, pero no el mismo de antes. Era un lobo seguro, magno y elegante. Era un ganador y mi manada estaba otra vez a mi lado, dispuesta a recibirme, porque yo había regresado. Ellos nunca me abandonaron, yo me alejé de ellos, y ahora estoy listo para volver, porque nada me puede apartar de quien soy en realidad, ahora que he abrazado mi nueva identidad.
Ah por cierto, como nota aparte… Maté al imbécil de las conspiraciones, y bien merecido que lo tenía.